Un programa radial escrito...

viernes, 28 de octubre de 2011

Un cigarro ésta noche...

Semi-desnuda y entre mujeres gimiendo con un cigarro y un libro de Wendy Guerra entre las manos, así me encuentro en una esquina del baño, el único lugar de mi casa donde puedo fumar en paz, aparte del patio, pero allí no podría leer. Odio el olor del cigarro, y el humo también, pero como disfruto sentirlo, lo disfruto... Recojo los restos de ceniza de la ducha con papel higiénico y los tiro al envase sucio de la papelera, me enjuago las manos y limpio mi cara, cepillo mis dientes y finalmente, me pongo mi camiseta sucia. Dejo la puerta del baño abierta para que se vaya el olor, nadie lo puede saber. Me dirijo al refrigerador y me sirvo un poco de jugo, lo que encuentre, mientras no sea agua, claro está, detesto el sabor del agua, aunque muchos digan que no sabe a nada, yo la saboreo... y lo detesto.

No leí casi nada allí adentro, los gemidos y los pasos de los de-ambulantes nocturnos me distraían demasiado, pero logré inspirarme.

Nadia, te escribo, desde Venezuela, sé que no me lees, pero me basta con poder escribirlo, te admiro, muchas gracias por tus palabras.

Ojalá inventen pronto un aparato que escriba mis ideas mientras las pienso, mientras pasan rápido por mi mente como si fueran automóviles de carreras, como los de la Fórmula 1, pues, así no tendría que repetirlas una y otra vez en mi mente para retenerlas unos cuantos minutos hasta que por fin pueda llegar al teclado y, sin embargo, se me escaparon unas cuantas. Iba a decir algo sobre mi padre, pero lo olvide por completo, solo recuerdo lo último que pensé de ésto "pero mejor no hablemos del tema, no quiero molestarme tan tarde..."

Son la una y doce de la madrugada, no puedo dormir, o mejor dicho, no quiero, y me siento más sola que nunca, me gustaría tenerte a mi lado, a ti Andy, pero solo cargo el exquisito olor de tu costosa colonia en mi camiseta sucia, o por lo menos así huele, como algo costoso, aunque probablemente sean solo mis sentimientos entrometiéndose en mis sentidos, interfieren con todo, con mis pensamientos también, con mis actos y mis palabras, sentimientos en todas partes, sentimientos en todo el lugar, están regados como la ropa sucia por mi cuarto, como las plumas de Patricia o los pelos de Mathilda, como los recuerdos del sexo y las madrugadas sin compañía, aunque, las mañanas felices también, todo está regado, todo por mi cuarto.

Hoy los vi, tres personas prohibidas que guardo en mi corazón, prohibidas por mi padre, él no me permite verlos, pero yo los veo, a escondidas, como casi todo... Estaban más lindos que nunca, tal vez sea porque los extraño, otra vez mis sentimientos interfiriendo con mis palabras, se los dije. Fumamos un cigarro cada uno y comimos dulces y hablamos por cinco cortos minutos, el tiempo pasa más rápido cuando estoy a su lado, no podía permitirme estar ahí por más tiempo, le dije a mi padre que iría a la bodega y si tardaba demasiado iba a sospechar, y si llegaba con las manos vacías también, por eso, guardé un poco de dinero, para comprar algún dulce cuando fuera a casa en el camino de regreso, eran alrededor de las cinco de la tarde, mi hora favorita en todo el mundo, bueno, eso no lo puedo saber, no he estado en todo el mundo, así que mi hora favorita en Venezuela entonces. Aquí a esa hora, el sol se está guardando, se está escondiendo por un lado y se puede observar con total facilidad la luna situada en el cielo, con los rayos del sol, se ve aún más hermosa. Estuvimos sentados en la plaza, él y yo en un banco más bajo que el resto para poder esconderme de los autos que pasan por la avenida de al lado, pues, hay un muro que nos esconde. Le di dos cortos besos, y solo cinco minutos costaron para tener su olor impregnado en mi ropa, el olor de su colonia pues, aunque bueno, la colonia es de él, así que vendría siendo su olor también, no sé como el olor del cigarro no se me quedó, pero el olor de su colonia sí, bueno, pudo haber sido que su olor es más fuerte que el del cigarro, jaja, no lo creo...

Los extraño, me gustaría volver a verlos. Hasta luego, leeré un poco antes de dormir, con la luz encendida porque luego me estoy durmiendo con el libro entre las manos y me molesta tener que levantarme a apagarla, aunque, podría usar la luz de una vela, si, mejor una vela...
Nos leemos otra noche, buenos días, si es de día por allá, donde me leas, o me oigas, me despido, dos estornudos interfieren con mis palabras, sigan escuchándome, radioyentes.

Cinco minutos bastaron para que me dieras felicidad ésta tarde.

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